Era el 20 de enero de 1982. Ozzy Osbourne estaba en pleno concierto en Des Moines, Iowa, cuando un fan arrojó al escenario lo que parecía ser un murciélago de goma. En su clásica actitud irreverente, Ozzy lo tomó, lo alzó ante el público… y le arrancó la cabeza de un mordisco.
El problema: el murciélago estaba vivo.
Ozzy declaró después que pensó que era falso, hasta que sintió “algo crujiente” en la boca. El público enloqueció. La banda siguió tocando. Y Ozzy fue llevado al hospital para recibir una serie de vacunas contra la rabia. Lo que pudo haber sido un momento desafortunado se convirtió en uno de los episodios más icónicos (y oscuros) del rock. Desde entonces, su figura quedó asociada para siempre a los murciélagos, los excesos y lo macabro.
Con esa mordida accidental, nació el mito del Príncipe de las Tinieblas, un artista capaz de hacer temblar los escenarios… y a los veterinarios.